Imagina esto que voy a contar... Es mediado de los años 60. En un pequeño sótano de Lake Geneva, Wisconsin, un grupo de amigos se reúne alrededor de una mesa. No hay pantallas, ni efectos especiales, ni reglas claras. Solo hay mapas dibujados a mano, miniaturas de soldados de plomo, dados extraños... y un entusiasmo desbordante por contar historias de batallas épicas y tierras lejanas.
En el centro de ese torbellino creativo estaba Gary Gygax. Con su bigote, sus gafas gruesas y una sonrisa de niño travieso, Gygax no parecía un revolucionario. Pero lo era. Porque en su mente ya empezaba a tomar forma una idea que cambiaría para siempre la forma en que jugamos: los juegos de rol.
Cuando la historia ya no era suficiente
Gygax amaba los juegos de estrategia. Pasaba horas simulando batallas históricas con sus amigos, empujando miniaturas por tableros llenos de hexágonos. Pero había algo que no terminaba de llenarlo. La historia era interesante, sí, pero... ¿y si los soldados no fueran solo soldados? ¿Y si uno de ellos fuera un mago? ¿Y si, en lugar de repetir la batalla de Waterloo, pudieran explorar una caverna oscura, enfrentar a un dragón y encontrar un tesoro maldito?
Las reglas de los juegos existentes no servían para eso. Así que, como hacen los grandes creadores, Gygax comenzó a inventar las suyas propias.
Encuentro con la fantasía
Fue entonces cuando conoció a Dave Arneson, otro fanático de los juegos que estaba experimentando con algo parecido. Arneson había comenzado a narrar partidas donde sus jugadores no controlaban ejércitos, sino personajes individuales en un mundo fantástico. No era solo tirar dados y mover piezas: era interpretar un rol, tomar decisiones, resolver problemas, vivir aventuras.
Gygax se enamoró de la idea. Juntos, tomaron lo mejor de los wargames y lo mezclaron con la narrativa, la fantasía y la improvisación. El resultado fue algo completamente nuevo. Un experimento que nadie sabía cómo llamar. Un juego sin final, sin ganadores, donde lo más importante era imaginar.
El nacimiento de una leyenda
En 1974, después de muchas pruebas, risas y noches sin dormir, Gygax y Arneson publicaron la primera edición de Dungeons & Dragons. No era un juego como los demás. Venía en una cajita marrón, con libros repletos de reglas, monstruos, hechizos y tablas. Pero también venía con algo invisible: permiso para soñar.
Con D&D, los jugadores podían ser cualquier cosa: un ladrón elfo, un guerrero enano, un clérigo que lanzaba hechizos curativos. Podían adentrarse en mazmorras, negociar con demonios, enfrentarse a dioses. Y todo eso con la única herramienta que siempre habían tenido, pero que ahora cobraba un poder especial: su imaginación.
El legado de un narrador
Gary Gygax no solo inventó un juego. Creó un puente entre la fantasía y la realidad. Un ritual social donde la gente se reúne, cuenta historias y construye mundos juntos. D&D no fue el final, sino el principio. A partir de ahí nacieron cientos de otros juegos, sistemas, ambientaciones y generaciones de jugadores que, gracias a él, descubrieron que eran capaces de crear universos enteros con solo un lápiz, papel y unos dados.
Gygax murió en 2008, pero su espíritu sigue vivo en cada partida, en cada mesa donde alguien pregunta:
“¿Qué haces ahora?”
Porque si algo nos enseñó Gary Gygax, es que la aventura no está en el tablero.
Está en nosotros.
Red de Rol
via Ladrón de dados
April 13, 2025 at 03:55PM