miércoles, 3 de abril de 2024

Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 16

Entre Luz y Sombra [Campaña Rolemaster] Temporada 4 - Capítulo 16

Asegurando Doedia

El temblor fue peor que cualquiera que hubieran sentido anteriormente. La sacudida inicial fue tan violenta que incluso los muebles y los carromatos se separaron varios centímetros del suelo. Se abrieron grietas en el suelo, algunas secciones de muro, un par de torres y multitud de edificios se vinieron abajo. Cascotes cayeron por doquier, y Yuria gritó de dolor debido a la herida de su pierna, que todavía no había sanado del todo.

—¡Desalojad el castillo! —gritó Symeon hacia los bardos y la guardia, que se apresuraron a salir de la estancia, como pudieron debido al tambaleo.

Por suerte, pocos minutos más tarde el seísmo cesó por fin, y entonces aprovecharon para tomar medidas para desalojar a la gente y rescatar a los heridos.

Daradoth se asomó a una de las ventanas, intentando divisar la Gran Biblioteca a lo lejos. Pero no pudo alcanzar a ver más allá de unos pocos metros. «Maldición», pensó. Se giró hacia los demás, y anunció:

—Está nevando, aunque no hace frío.

—Maldita sea, lo ha hecho —dijo Symeon.

—O lo ha intentado —matizó Yuria, ayudada por Galad—. No parece haber tenido mucho éxito.

Daradoth se dirigió a la duquesa y a los demás reunidos.

—Debemos marcharnos rápidamente. Ashira ha alterado la realidad, como ya nos habíamos temido, y tenemos que averiguar qué ha pasado, si ha tenido éxito o no.

—Yo me quedaré aquí, lady Sirelen —dijo Yuria, mientras Galad la ayudaba a sentarse en una silla que habían recogido—. Mi pierna todavía no puede llevarme a ningún sitio. Debemos encargarnos de reparar los daños.

Galad, Symeon y Daradoth se despidieron tras asegurarse de que todo estaba bien y poner a salvo a los reyes. Anak Résmere se ofreció a acompañarlos, y aceptaron de buen grado. Además, Galad incorporó a los tres caballeros esthalios a la comitiva.

En el exterior, todos sintieron gran confusión. Nevaba, pero el ambiente era primaveral y luminoso, como correspondía a un cielo despejado. La nieve, que no dejaba ver más allá de unos cuantos metros, se acumulaba en el suelo, fría y húmeda, pero no parecía aumentar su volumen más allá de un límite determinado. Por doquier se escuchaban los lamentos de los habitantes de Doedia, pues la situación era dantesca.

—Parece que tu esposa por fin ha decidido jugar fuerte con la Vicisitud —susurró Daradoth a Symeon.

—Sí, esperemos que haya perdido la apuesta.

—Y que la guardia real y los fieles a la duquesa puedan poner orden y paz cuanto antes —Galad se santiguó, mirando al cielo.

Mientras tanto, en la ciudadela, Yuria inspeccionaba con la ayuda de unos cuantos guardias los destrozos del complejo. No salía de su asombro. Los derrumbes no parecían tener sentido, con secciones derruidas que, evidentemente tenían que haber aguantado y secciones que parecía imposible que se mantuvieran en pie. «¿Cuántos hilos habrá tocado esa maldita?», pensó mientras escuchaba los lamentos de la gente. Dio las instrucciones pertinentes para que los masones y peones estuvieran prevenidos cuando trabajaran en la reconstrucción, y repartió órdenes a diestro y siniestro para organizar el trabajo y hacerlo lo más eficiente posible.

Symeon y los demás llegaron al complejo de la biblioteca, y comenzaron la ascensión por la escalinata principal. No pudieron evitar sentir que la sensación de comezón en la nuca que tenían cada vez que entraban en el complejo era ahora mucho más clara. De vez en cuando la nieve les permitía ver derrumbes y restos de incendios (la nieve parecía haber colaborado en apagarlos rápidamente). La propia escalinata, una maravilla arquitectónica, había sufrido bastantes desperfectos. Esta vez, el terremoto no había respetado la colina de la biblioteca.

Gente corría y se quejaba por todas partes, pero el grupo se centró en su cometido. Sobre todo Galad se sentía compelido a ayudar, pero se esforzó por enfocarse en su objetivo y continuar ascendiendo. 

De repente, Symeon, que encabezaba la marca, se detuvo y miró a su alrededor. Los demás lo imitaron. 

—¿Veis lo mismo que yo?  —preguntó.

—Sí —contestó Galad—, hemos pasado por aquí hace pocos minutos.

—Hemos vuelto al principio de la ascensión —corroboró Daradoth.

—Tiene que ser una broma —Anak tenía los ojos muy abiertos, y miraba asombrado a su alrededor.

—Me temo que no lo es —Symeon miraba hacia arriba—. Cuando se juega con la Vicisitud, y sabemos lo que ocurre. 

—Intentémoslo otra vez —dijo Daradoth, continuando la ascensión con sus gráciles zancadas.

Continuaron la ascensión, y pasaron el descansillo principal, como la primera vez. La nieve seguía impidiendo una visión clara, y divisaron a duras penas la silueta del edificio central. 

—Maldición —renegó Daradoth, deteniéndose de nuevo. 

Otra vez se encontraban en los escalones iniciales.

—De una cosa estoy seguro —dijo Galad—. No estamos en un bucle temporal. Antes he visto un par de perros corriendo por aquel camino, y ahora no están.

Realizaron un tercer intento, más atentos a su entorno y la circunstancia. Y de nuevo se encontraron ascendiendo desde el principio de la escalinata.

Esta vez, Symeon se dio cuenta por la luz reinante que habían tardado más del tiempo que recordaban, y Daradoth también se apercibió de que la suciedad en sus botas y en sus ropas daban a entender que habían caminado más que una simple ascensión por las escaleras de piedra.

—¿Veis el barro en nuestras botas? —inquirió el elfo—. No nos hemos transportado simplemente al pie de la escalinata, creo que hemos caminado fuera de ella de alguna manera y quizá lo hayamos olvidado.

—Sí —coincidió Symeon—. Yo también he notado que ha pasado más tiempo del que nos ha llevado ascender y volver a aparecer aquí. Creo que estamos perdiendo un intervalo en la memoria.

—Y además —añadió Galad—, yo me noto bastante más cansado de lo que estaba hace un momento ahí arriba. —Todos confirmaron esa sensación.

Hicieron una nueva intentona. Esta vez subieron por la rampa para monturas, por donde la ascensión era mucho más larga. Y de nuevo aparecieron al pie de la escalinata principal, con una sensación de cansancio bastante acusada. Empezaba a oscurecer.

—Voy a intentar percibir el Mundo Onírico  para ver si saco algo en claro —anunció Symeon.

—De acuerdo, mientras tanto nosotros intentaremos ascender desde otra escalinata —dijo Galad—. Candann, proteged a Symeon, por favor.

Así lo hicieron.

Symeon intentó con todas sus fuerzas percibir el Mundo Onírico sin entrar en él, cosa harto complicada. Tras varios minutos concentrándose, consiguió percibirlo durante un instante. Una especie de grito o quejido abrumó sus sentidos, aturdiéndolo, pero por suerte duró poco más que un parpadeo. Se sentó a descansar.

Entre tanto, Galad, Daradoth y Anak llegaban al pie de una de las escalinatas secundarias. Igual que en la principal, en esta también había un flujo continuo de gente trasladando heridos y enseres de un sitio a otro. El terremoto había sido terrible, y en ocasiones los transeúntes solicitaban la ayuda de Galad, o preguntaban a Daradoth por qué había sucedido aquello si habían permanecido fieles a la Luz. No podían responder más que con breves palabras de ánimo. Volvieron a intentar la ascensión, deteniéndose en uno de los descansillos y esperando a ver si alguien bajaba desde el edificio principal. Pero no parecía que nadie bajara ni subiera hacia él.

—Galad, espera aquí mientras yo subo —dijo Daradoth—; gritaré para que me oigas y así saber qué demonios nos sucede al ascender.

El paladín escuchó los gritos de Daradoth, cada vez más débiles, y cuando estuvo a punto de no escucharlos, empezó la ascensión a su vez. 

Aparecieron de nuevo, agotados, al pie de la escalinata principal. Se miraron, presas de una frustración máxima. Se encontraron un poco más arriba con Symeon y los demás.

—¡Ya era hora! —los saludó el errante—. Según mis cálculos, habéis estado más de una hora fuera.

—Increíble. No hay manera de completar la ascensión.

De repente, Symeon pidió silencio:

—Escuchad, ¿no oís eso? —dijo.

Efectivamente, cascos de caballos retumbaban a lo lejos, acercándose desde el sur y desplazándose hacia el este.

—Esperad aquí, iré a ver qué puedo averiguar —instó Symeon a los demás.

Aprovechando la nieve y la oscuridad de la noche, se movió con su rapidez innata para acercarse hacia el sonido. Aprovechó la cobertura de unos árboles y asomándose discretamente, pudo ver a los jinetes que habían llegado a galope. Media docena de jinetes vestidos totalmente de blanco montaban sendos corceles ya refrenados que, o bien eran completamente blancos o completamente negros. Miraban fijamente hacia arriba, donde debía de encontrarse el edificio principal de la Biblioteca, aunque era imposible que lo vieran entre la nieve (¿o quizá no?). Se protegían de la nieve con gruesas capuchas blancas, y en su pecho, Symeon pudo ver claramente que lucían el emblema de la balanza dorada. 

«Los enviados de los Mediadores», pensó el errante. «¿Cómo los llamaban? Nuncios, creo. Tenemos que salir de aquí». Mientras se daba la vuelta para volver con el resto del grupo, dos de los nuncios volvieron grupa y se alejaron de allí. Los otros cuatro siguieron observando fijamente hacia la colina.

Symeon volvió con el grupo y les explicó todo; además les habló del extraño gemido, o grito, que había percibido en el Mundo Onírico.

—¿Crees que podría ser Ashira? —preguntó Galad.

—Es posible —contestó Symeon—; la sensación que he tenido ha sido muy parecida a la que sentí cuando percibí el grito de la señora de los centauros mientras escapábamos de Vestalia.

Presas del agotamiento, decidieron regresar a palacio a descansar. Afortunadamente, no se habían producido más temblores de tierra y Yuria había puesto la situación bajo control. La ercestre había ido ganando poco a poco un lugar de liderazgo en el consejo de crisis, compuesto por Sirelen, los dos bardos reales que habían quedado en el palacio, el capitán de la guardia sir Garlon, y algunos nobles más. Todo el mundo había ido asumiendo la dirección de Yuria poco a poco, al ver su presencia de ánimo y lo acertado de sus órdenes. Sin darse cuenta, llegado el atardecer, se había convertido de facto en la gobernante de Doedia, ante la tácita aprobación de la duquesa. Galad y los demás se sorprendieron al entrar ya con la noche cerrada en una ciudadela perfectamente custodiada y organizada, sin rastro de heridos o caos. 

El grupo se reunió por fin, y antes de descansar, completamente agotados, intercambiaron sus experiencias. Yuria enarcó una ceja ante la mención de los nuncios y el quejido onírico, pero era demasiado tarde para pensar en esas cosas. Tras comprobar que los reyes se encontraban en perfecto estado bajo la vigilancia de Taheem y Faewald, se retiraron a dormir. 

Symeon aprovechó para entrar al Mundo Onírico. Al entrar, pudo ver las representaciones oníricas continuas de sus compañeros, como ya era habitual. No percibía el "grito" que le había conmovido en la escalinata de la biblioteca. Por fortuna, el sombrío ya no se encontraba allí, ni al parecer el resto de seres oníricos que se habían encontrado acechando la ciudadela los días anteriores. Con un pensamiento, salió al exterior. Se sorprendió al ver que la misma nieve que caía en el mundo real también caía allí, obstaculizando su visión. Se acercó hacia la Biblioteca caminando, hasta que detectó una presencia poderosa a lo lejos. La detectó como una ligera vibración, pero eso la delataba como una presencia muy poderosa. Ante la dificultad de ver algo más debido a la cortina de nieve, decidió acabar su sueño, y por fin descansó.

Galad, por su parte, aprovechó para elevar una plegaria y pedir la inspiración de Emmán durante su sueño. «Mi santísimo señor, permíteme saber cómo podemos llegar a la cima de esa colina».

Galad se vio con el resto de sus amigos en la escalinata de subida a la Biblioteca. Todos miraban fijamente hacia arriba. Señalaron algo, y Galad se giró también hacia arriba. De repente, toda la colina en su rango de visión, comenzó a derrumbarse de una forma extraña en fragmentos con forma de prismas hexagonales que se hundían verticalmente, como si algo hubiera vaciado la base del promontorio. El hundimiento de la colina fue acercándose a una velocidad de vértigo, hasta que ellos mismos cayeron en un hueco hexagonal, junto el suelo donde pisaban.

Por la mañana, famélicos, devoraron un buen desayuno mientras intercambiaban toda la información. A través del búho de ónice, Daradoth se aseguró de que todo estaba bien en el monasterio para el resto de su compañía. No había señales de vida de Datarian, y Yuria, prácticamente recuperada de sus heridas, se encaminó a sus labores organizativas, mientras el resto se encargaba de preparar y oficiar el entierro de Darion. La ceremonia fue sumamente emotiva, y dieron gracias por el servicio del elfo del Vigía, que había permitido que Yuria sobreviviera. El propio Daradoth encendió la pira, y todos esperaron solemnemente a que el cuerpo del joven elfo se consumiera. Garâkh y Avriênne lloraron desconsolados.

A mediodía, con Yuria totalmente restablecida, el grupo al completo, junto con el bardo Anak, partió hacia la Biblioteca. La nieve había desaparecido por fin, tanto la que caía como la acumulada.

Subieron de nuevo la escalinata hasta el nivel principal, desde donde se podía divisar ya el complejo central de la Biblioteca.

—¿Veis lo mismo que yo? —preguntó Daradoth, mirando hacia allí.

—Creo que sí —confirmó Galad—. Se ve... borroso.

—Esa palabra se queda corta —continuó Symeon—. Sí que está difuminado, pero, ¿esas volutas? ¿como si los bordes del edificio se convirtieran en niebla de color? ¿No os parece sumamente inquietante?

—Sí, es... antinatural.

—Siniestro incluso —Galad rebulló inquieto.

Siguieron subiendo, hasta que llegó un momento en que sus mentes directamente renunciaron a continuar. Nadie bajaba ni subía una vez superado cierto nivel de la escalinata. Dados los conocimientos y la situación del grupo, se pudieron apercibir de que algo iba mal.

—Ni me planteo subir —dijo Symeon—. Extraño

—Evidentemente, algo les pasa a nuestras mentes —contestó Yuria—. Y no sé cómo combatirlo.

—Deberíamos intentar ver si hay algo raro en nuestras hebras de Vicisitud —propuso Daradoth.

Esta vez fue Galad el que consiguió la concentración necesaria para percibir el tejido de la realidad. Pero no percibió nada fuera de lugar en sus seres. Enfocándose en el complejo central, sus sentidos se vieron abrumados por la cantidad ingente de hilos que podía sentir, pero sí detectó millones y millones de hebras en un estado extraño. Con voz dubitativa, intentó describir lo que sentía lo mejor que pudo:

—Percibo miles... no, quizá millones... de hebras en el tejido, que vibran, no sé... de forma extraña. La frecuencia es... no sé cómo decirlo, arbitraria. Me parecen... amenazadoras. No sé describirlo mejor.

—Esto es frustrante, maldita sea —espetó Daradoth—. Supongo que no sientes que algún hilo haya sido cortado, verdad?

—No... no, ninguno cortado.

—Quizá los Mediadores hayan hecho algo para alterar el complejo. Parece claro que esto se ha producido esta noche.

—Yo no lo tengo tan claro, pero es posible —dijo Yuria.

—Voy a... intentar... si puedo... —Galad hizo una mueca de esfuerzo, intentando manipular algunos de los hilos vibrantes con su pura voluntad, pero al "tocarlos", sintió un fuerte calambre, como si le golpeara un rayo—. ¡Ufff! —espetó, soltando las hebras, perdiendo la concentración, e hincando una rodilla en tierra. Había perdido el aliento.

Daradoth y los demás se precipitaron hacia él.

—¿Estás bien, Galad?

—Sí.. sí. Solo un poco aturdido —respiraba pesadamente—. Intenté enderezar algunos de los tejidos, pero algo me ha causado una fuerte descarga, como un rayo.






Red de Rol

via Rol Ex Machina

April 3, 2024 at 03:50AM