
De las tribus que surgieron tras la Caída del Imperio Omuano y El Abandono, los Cho’tak son los que mantienen mayor contacto con los Príncipes Comerciantes de Nyanzaru, y su presencia en la ciudad es siempre motivo de celebración y de temor.
Los Cho’taka (singular: Cho’tak) descienden de los sacerdotes-guerreros de Omu, maestros nigromantes que levantaron los ejércitos de No Muertos que otorgaron la cruel supremacía a la Ciudad de la Sangre durante los últimos años antes de la Caída. Tras la guerra civil entre Omu y Mezro que terminó con la intervención divina de Ubtao y la destrucción de Omu, los supervivientes se dispersaron por la selva, huyendo de las represalias de los vencedores. Un numeroso grupo de trabajadores de los Templos-Factoría de los Nigromantes huyeron por la selva sin senderos hasta alcanzar las montañas, y desde allí buscaron una salida del continente a través del puerto de Nyanzaru, en aquel entonces el segundo puerto más importante del continente. Nyanzaru no acogió con bondad a los refugiados, pero se encontraron a salvo de la ira de Mezro ya que Nyanzaru y Mezro se encontraban en aquel momento enfrentadas por disputas territoriales alrededor del Rio Tiryki. Los refugiados, su gran mayoría miembros del Templo-Factoría marcados con las penurias de la guerra y el largo camino por la selva, recibieron el nombre de Khok’Taik: Rostros Demacrados. Con el paso de las décadas, el campamento provisional se convirtió en un suburbio alrededor de las tres grandes pirámides prehistóricas que se alzaban fuera de las murallas de la urbe.
Los Khok’Taik nunca fueron vistos como parte de Nyanzaru. Su pasado y su relación con la muerte los convirtió en una casta a parte del resto de la ciudad. Los trabajos relacionados con la muerte y el sacrificio acabaron siendo su única salida económica, y el barrio Khok’Taik pronto se convirtió en el lugar donde encontrar mataderos y curtidurías, pero también embalsamadores y mediums, y no pocos asesinos. La muerte se volvió a convertir en el impulso de su resurgimiento. Sin embargo, fue un resurgimiento siempre sujeto al devenir de Nyanzaru, y siempre separado de y despreciado por el resto de la población. Los Khok’Taik eran una casta intocable, que no podía relacionarse con el resto de habitantes de la ciudad salvo de formas muy específicas, no podían poseer propiedades dentro de la ciudad, ni permanecer dentro de ellas tras la puesta de sol, y cuando las hordas no-muertas de Ras Nsi atacaban, muchos quedaban fuera de la muralla al cerrarse las puertas.
Pronto, los ancianos Khok’Taik comenzaron a hablar de abandonar la ciudad que ni les quería ni les necesitaba, mientras los jóvenes soñaban con una revuelta que les permitiera tomar su lugar dentro de las murallas por la fuerza. El descubrimiento de abundantes minas de diamantes y gemas en las montañas al oeste de la ciudad cambiaron para siempre el destino de los Khok’Taik.
Los primeros exploradores que encontraron las vetas que recorren la Cordillera de las Espinas y las Montañas Escudo de Ubtao volvieron de la selva muertos, a lomos de bestias de carga que no habían sucumbido a las enfermedades y las flechas Batiri. El primer lugar habitado que los saurios encontraron fue el guetto a las afueras de las murallas. Las alforjas de los animales estaban cargadas de diamantes, esmeraldas y otras piedras preciosas, un tesoro digno de un dragón, pero el secreto de dónde se hayaba la fuente de esas riquezas había muerto con los hombres y mujeres que las habían encontrado. Eso creyeron los nobles de Nyanzaru que les arrebataron las gemas a los Khok’Taik antes de expulsarlos de nuevo de la ciudad. El secreto del origen de las riquezas estaba a salvo… Pero los Khok’Taik podían hacer hablar a los que habían cruzado el Velo.
Rescatando el conocimiento nigromántico de antes de su llegada a Nyanzaru, los sacerdotes Khok’Taik obligaron a las almas de los exploradores a mostrarles el lugar donde habían encontrado sus riquezas. Convencidos de que habían dado con una oportunidad de cambiar sus vidas, los líderes de las familias más importantes se reunieron durante muchos días para establecer un plan. Una noche, en medio de la temporada de lluvias, la mayoría de las familias Khok’Taik abandonaron el asentamiento entre las tres pirámides y desaparecieron en la selva, cargando todos los enseres y pertenencias que pudieron, y nunca volvieron a ser vistos. Cuando Nyanzaru recibió la primera caravana cargada de esmeraldas y ópalos de fuego, los hombres y mujeres con faldas de cuero y que lucían pintura blanca marcando sus rostros se llamaron a si mismos los Cho’taka, Rostros de la Muerte.
La relación de los Cho’taka con Nyanzaru y el resto de Chult siempre ha sido incómoda. Los Cho’taka controlan el acceso y la explotación de las minas de gemas más ricas, profundas y cercanas a la ciudad portuaria, y su dominio de la Nigromancia hace que muchos los consideren peligrosos socios de negocios en el mejor de los casos. Los Cho’taka por su parte nunca olvidaron el trato recibido tanto por las tropas de Mezro como por los gobernantes de Nyanzaru, y su opinión de ellos es, en el mejor de los casos, pobre. Pero las piedras preciosas fluían desde las montañas a la costa, y pronto las reticencias de Nyanzaru quedaron ahogadas por el oro y las riquezas que les proporcionaban los Cho’taka. A cambio de suministros de primera necesidad, comida, herramientas, telas, los Cho’taka extraían gemas de las profundidades de la tierra que los comerciantes de Nyanzaru tallaban y vendían a mercaderes de todo el mundo. Los Cho’taka daban caza y mataban a cualquier expedición que se adentrase en las montañas, sin importarle su orígen ni su intención, para proteger su monopolio. Nyanzaru destruía todos los barcos que trataban de fondear cerca de las minas para comerciar directamente con los Cho’taka, y periodicamente patrullaban las costas para asegurarse que los Cho’tak no trataban de construir su propio puerto. En una maniobra para incrementar la producción de las minas, los líderes de Nyanzaru ofrecieron a los Cho’taka a enviarles prisioneros, condenados a trabajos forzados, para que cumplieran su pena en las minas de diamantes. Los Cho’taka vieron una oportunidad de hacerse con una gran cantidad de mano de obra y liberar a su población de las más peligrosas labores de excavación, y la aprovecharon.
Las cosas no mejoraron durante le ocupación calishita. Cuando el Imperio de la Arena Resplandeciente (Cuarta Dinastía Jashiri) conquistó Nyanzaru mediante un bloqueo naval, los Cho’taka sufrieron el hambre y las enfermedades en mayor medida que el resto de la población. Tras el asedio y la conquista, los nuevos Señores de Nyanzaru trataron de someter las minas de las montañas, pero las ciudades fortificadas Cho’taka, construidas tras hileras de empalizadas ciclópeas diseñadas para resistir las hordas de no-muertos y criaturas monstruosas, aguantaron todos los asaltos de los soldados que venían de la tierra de las arenas y el sol abrasador a morir en la húmeda e inmisericorde jungla de Chult. Los nuevos Príncipes Genasi de Nyanzaru firmaron la paz y mantuvieron el comercio con los Cho’taka, e incrementaron el flujo de prisioneros a las minas exponencialmente. El Imperio Djinni se expandió por el Mar Resplandeciente alimentado por las riquezas extraidas de las montañas de Chult.
Los Cho’taka llevan desde entonces explotando las minas y controlando el flujo de diamantes y gemas desde las montañas a Nyanzaru. No les importa quién controle la ciudad ni qué título ostente, ellos se mantienen aislados en sus ciudades-fortaleza, conscientes de la necesidad mutua que mantiene la paz entre la ciudad portuaria y a las minas de las montañas en el filo de la navaja: Ninguna puede sobrevivir sin la otra, y ninguna es lo bastante poderosa como para someter a la otra. El rencor histórico de los Cho’taka marca sus relaciones con el resto de los pueblos de Chult: Desprecian a todos los demás reinos de Chult como responsables de sus pasadas penurias, y usan su posición de poder actual para exigir muestras de respeto que rayan el sometimiento. Los Cho’taka son altivos y exigentes, y núnca se les ocurre tratar a otros Chultani (O Aventureros) como iguales. En el mejor de los casos, serán clientes que desean las riquezas que ellos controlan, rastreros, avariciosos y mentirosos, dispuestos a cualquier cosa para conseguir un acuerdo. En el peor, serán descendientes de aquellos que cazaron a sus antepasados por la selva, colaboradores de Ras Nsi el Maldito y por tanto enemigos de los Cho’taka, dignos sólo de desprecio y odio.
Sus ciudades siguen una planificación defensiva muy estricta. Siempre se construyen en zonas escarpadas de espaldas a las montañas, con series de empalizadas concéntricas de enorme altura. Los distintos anillos alojan los diferentes barrios, organizados en castas segun los trabajos desempeñados. Cuanto más al interior reside un Cho’tak, y por tanto más seguro se encuentra frente a los ataques provenientes de la jungla, más alta es su posición social y más importante su trabajo. El centro de las ciudades Cho’tak siempre lo ocupan los templos mortuorios, y la posición social más elevada los Sumos Sacerdotes.
Cada ciudad se organiza de forma independiente, pero las tres ciudades principales, contruidas cada una alrededor de la entrada de una de las minas de gemas, forman parte de la Coalición Cho’tak. Los Sumos Sacerdotes gobiernan mediante un Consejo Gremial, donde los Maestros de cada gremio tienen voz y voto en los asuntos de la administración. Al igual que la relación entre Nyanzaru y los Cho’taka, la relación entre los Sumos Sacerdotes y el Consejo es de equilibrada necesidad: Sin los Sacerdotes, la mano de obra Muerta Viviente que mantiene la estructura social de la Coalición desaparecería, pero sin los gremios del Consejo los Sacerdotes tendrían que dedicar todos sus recursos y medios a la mera subsistencia. Las conspiraciones y luchas de poder en el seno de la Coalición son legendarias y temibles, y pero también pueden acarrear grandes recompensas, o terribles consecuencias, para los involucrados.
Los Defensores son una casta aparte, encargados de mantener las murallas, el cuerpo de guerreros y guerreras que las defienden, y las escoltas que acompañan a las caravanas cargadas de diamantes a Nyanzaru. El Consejo al completo dedica los recursos y medios necesarios para mantener a los Defensores en optimas condiciones de combate en todo momento. Así mismo un cuerpo de Jueces interpreta las leyes y determina los castigos a los criminales, que comunmente consisten en periodos de servidumbre y trabajos forzados.
La población de la Coalición vive una vida acomodada, no teniendo que trabajar para obtener alimentos. Todas las riquezas obtenidas en las minas son gestionadas por el Consejo, e intercambiadas por bienes según las necesidades y proyectos de cada ciudad y sus habitantes. El estudio y la ingeniería se consideran las actividades más respetables entre los Cho’taka, y la fabricación de objetos útiles y artísticos es su principal dedicación. Al no haber dinero ni intercambio de bienes, los artesanos trabajan según los planes establecidos por el Consejo y las peticiones de otros ciudadanos, habiendo creado un complejo sistema de prioridades según el rango y la urgencia de cada petición que determina a qué artesano se le asigna el trabajo. Muchos miembros del Templo tienen a artesanos y artistas de gran talento a su permanente disposición, y el continuo intercambio de favores e intereses para obtener los servicios de los artesanos más prestigiosos es uno de los principales pasatiempos de los Cho’tak de mayor rango social.
Por supuesto, para que todo este sistema funcione tiene que haber una casta muy numerosa que se encargue de todo el trabajo duro. Este lugar lo ocupan los Muertos Vivientes. De entre todos los secretos nigrománticos rescatados de Omu, el más valioso para los Cho’taka es la preparación del elixir que convierte a un humanoide inteligente vivo en un sirviente sin voluntad ni alma. Diferentes de los No Muertos, los Muertos Vivientes estan compuestos por las hordas de crminales condenados y prisioneros de guerra que los Cho’taka han ido obteniendo a lo largo de los años. Dedicados a todas las labores físicas, desde la construcción y los telares a la extracción de diamantes, los Muertos Vivientes forman una capa invisible de la sociedad Cho’tak que sostiene toda su forma de vida. Los rituales y preparaciones que se llevan a cabo en los Templos son el secreto mejor guardado de la Coalición, y sólo los Sumos Sacerdotes conocen la fórmula del elixir, que pasan a su sucesor sólo tras haber muerto de muerte natural. Los Cho’taka no sólo reciben prisioneros de Nyanzaru: otras naciones, como Calimshan, Shaar, Tethyr, Dambrath o Amn también envían galeras cargadas de condenados para trabajar en las minas de esmeraldas y rubíes, a cambio de una décima parte de la producción de cada prisionero.
Los Cho’taka cuidan mucho de sus Muertos Vivientes. Conscientes de la relación de mutua dependencia que tienen con ellos, los Cho’taka invierten en mantener a su trabajadores en buenas condiciones físicas, dotarlos de herramientas adecuadas y vestirlos y alojarlos con la mayor comodidad posible. Es una muestra de respeto y de poder mantener a tu servicio perfectamente vestido y saludable. Los Cho’taka tampoco aceptan prisioneros de dudosa procedencia o que no sean entregados tras un proceso legal demostrable, y cumplen escrupulosamente con los contratos. Si un Muerto Viviente sobrevive a las penurias, el trabajo continuo y los peligros de la selva lo suficiente como para terminar su condena, los Sacerdotes le devuelven el alma y la voluntad y lo envían de vuelta a Nyanzaru con una bolsa de diamantes en bruto.
La mayoría jamás regresa de las entrañas de la tierra.
Red de Rol
via Mundos Posibles
October 27, 2023 at 09:00AM

