jueves, 16 de enero de 2014

Capítulo 1. Comienza la partida.





Tariel sacó su cuerda y ajustó el gancho al extremo final, con decisión comenzó a balancearla de atrás hacia adelante, haciéndola girar cuando ésta empezó a ganar velocidad. Con decisión, lanzó el gancho hasta el saliente que había varios metros por delante de ella; el sonido metálico al golpear contra la piedra retumbó por todo el complejo e hizo que todo el grupo se sobresaltara.



— Perdón. — dijo girándose hacia sus compañeros y con la cara de quien ha hecho una trastada a espaldas de sus padres.



Allí, tras ella, el pintoresco grupo esperaba que su compañera tendiera la cuerda para cruzar el abismo que les separaba del objeto de su búsqueda: la espada de Khal-Dazhur. De aquella espada se contaban muchas leyendas, pero todas compartían un detalle en común: la espada posee una joya engarzada que muestra el paradero de un fantástico tesoro. Y claro, cientos de aventureros se han embarcado en la búsqueda de aquel arma, aunque ninguno ha vuelto a ser visto con vida...



— La próxima vez, por qué no coges dos cacerolas y las golpeas entre sí. Puede que las criaturas de este agujero inmundo den las gracias porque las avises de nuestra presencia.

— Milius, la bordería déjala para las tabernas y espera a que Tariel nos abra paso.

— A sus órdenes, jefa.



Milius y Kendra estaban siempre discutiendo. Sus naturalezas, tan opuestas, les hacían chocar por cada pequeño comentario pero en el fondo eran solo pequeñas riñas ya que cuando llegaba el momento de la verdad, se cubrían la espalda el uno al otro. Milius, un fornido Vulcano, había abandonado a su familia hacía años para viajar por Geos y aprender de los mejores herreros que habitaban los grandes y pequeños núcleos urbanos; por su parte, Kendra, era una Colosa que perdió a su familia tras un ataque de los Orgol, única superviviente de su linaje, se prometió a sí misma que no volvería a permitir que la Oscuridad ultrajase al resto de criaturas de la Creación.



Mientras ambos discutían, Tariel había asegurado la cuerda. Siete metros de distancia separaban aquella oscuridad que se abría bajo sus pies; pisando con fuerza en el extremo más cercano de la cuerda, Tariel dio el primer paso que la situaba sobre el abismo. Con la agilidad que caracterizaba a los Felinos, la joven cruzó aquel escollo y llegó hasta el otro lado; colocó un par de lámparas de Esencia que iluminaban el paso y preparó la segunda cuerda que sujetaría a cada uno de sus compañeros para asegurar el camino hasta aquel lado del abismo. Uno por uno, los cinco aventureros cruzaron despacio y sin mirar hacia abajo; al llegar al otro extremo echaron la vista atrás y calcularon el tiempo que la lámpara de Esencia que habían dejado atrás para indicar el otro lado del abismo, podría iluminar. Una hora, era todo lo que tenían para adentrarse en aquel peligroso subterráneo y encontrar la espada.




* * * * *




Diego cerró el libro y lo dejó sobre la mesa.



— Hasta aquí hemos llegado. La próxima partida comenzaremos con la exploración del dungeon, así que venid un poco antes que la partida será larga y podremos aprovechar mejor el tiempo.

— No sé el resto, pero yo por mí, comíamos aquí y aprovechábamos ese rato. — César se recostó en la silla y estiró los brazos por encima de la cabeza. La camiseta que vestía, con el rostro de Gandalf, se estiró y deformó ante su prominente tripa.

— Qué raro, tú proponiendo comer. — El grupo se rió ante el comentario de Cristina, y César se echó las manos a su tripa y la golpeó cariñosamente.

— ¿Acaso te piensas que esto se mantiene solo?



Mientras reían y hacían comentarios sobre la partida, Diego terminaba de guardar las fichas en la carpeta y luego en la mochila. Miró su reloj y calculó mentalmente antes de hablar.



— Pues si os parece bien, podemos quedar a la una y media, comer y ponernos a jugar a eso de las tres. Aprovecharíamos esas dos horas, y si os apetece pedir pizzas o hamburguesas, incluso podemos jugar mientras comemos.



El grupo asintió, alguna voz pedía kebab en lugar de las opciones que había dado Diego, pero el consenso fue unánime y establecieron la cita para su próxima partida.




* * * * *




— ¡¡Tras de mi!! Juro por Hannel que estas criaturas volverán al agujero del que surgieron. — Kendra abrió los brazos para interponerse entre sus compañeros y los esqueletos que avanzaban por el pasillo del subterráneo. Haciendo acopio de la Esencia, Kendra colocó sus pies para maximizar la fuerza con la que lanzaría la evocación y acto seguido, un poderoso Golpe de Viento surgió de sus manos cuando juntó estas en un choque frente a ella. El efecto fue instantáneo, los siete esqueletos recibieron el impacto de lleno y no pudieron hacer nada por evitarlo, fueron lanzados hacia atrás con la furia del Viento que Kendra había liberado y terminaron descompuestos en pedazos, repartidos por el pasillo junto a sus desvencijados ropajes.



* * * * *



— ¡¡Sí!! — el grito de Cristina cogió a todos por sorpresa. — Un 100 natural, y con esto, señoras y señores, Kendra logra el récord de éxitos totales en la partida.

— No se puede tener tanta suerte... ¿estamos seguros que no usa dados trucados?

— ¿Acaso me estás llamando tramposa? — Cristina miró a Luis por encima de sus gafas mientras anotaba, en la hoja de éxitos y pifias que usaban en todas las partidas, el nuevo éxito de la joven.

— ¿Yo? No... A ver, tramposa no, pero es que parece que te han bajado a ver todos los ángeles y santos del cielo. — Luis se rió. — Has sacado tres 100 seguidos, y me sé de un Máster que tiene que estar dándose de cabezazos.



El grupo miró a Diego que, oculto tras la pantalla, se daba de cabezazos contra la mesa de manera dramática.



— Y lo peor no son los tres 100 seguidos. ¡Lo malo es que mis personajes parecen bobos y no son capaces de sacar una Evasión en toda la partida! — Diego levantó la pantalla para mostrar la tirada que había sacado. Sobre la mesa, dos dados de diez caras marcaban un 0 y un 2. — Lo máximo que he sacado ha sido un 13, y claro... no hay manera de esquivar el golpe del personaje de Cristina.

— No chaval, lo que pasa es que nada puede detener a mi Colosa. Asúmelo. — Diego se echó la mano al pecho de forma teatral, como si un puñal se le hubiera clavado en el corazón, y sonrió a su novia.





via La Biblioteca del Calamar