sábado, 17 de agosto de 2013

Trainspotting - Irving Welsh: el libro (y ya de paso, la peli)

Las noticias sobre la adaptación de su segunda parte (que igual ni os suena) me llevan a hablar de esta primera novela, muy apreciada por mí. Llegué a la novela de Trainspotting por impresionado y afectado por la estupenda película que hizo con él Danny Boyle que vi en su día y, cómo no, por Miki, que se lo había pillado y me lo revendió para pillarse la segunda parte de Alatriste. Anda macho, que vaya birria de negocio que hiciste, pero tampoco es que el libro aguante una relectura aunque se la di (cosa muy rara en mi). En general, no es gran cosa pero tiene su disfrute y puntos de interés.






Irving Welsh no es mal escritor, pero quizás no es tan bueno como novelista de algo no vivido y ya escribiendo no destaca mucho. Lo que parece que más pesa en su producción es el mal de la primera novela de éxito y que esta, como suele pasar, es imperfecta y autobiográfica. Nada después ha destacado tanto ni ha tenido fuerza como esta novela que describe su juventud durante los 80 siendo adicto a la heroína. En su momento causó un gran revuelo en entornos anglosajones, dio para una obra de teatro y convirtió a Welsh en autor hot. Estábamos a principios de los 90. Quizás fue cosa también de lo insólito, lo amoral que se presenta, su lejanía con el drama basado en hechos reales y, para que negarlo, de la campaña comercial consecuente. Debía ser de lo más hipster (antes de re-ponerse de moda el término) leer o ir a ver una obra de yonkies.



Aunque la adaptación al Cine recoge la trama o tramas principales y se hace con estupendo ritmo y gusto, sus yonkies son muy guapos como actores prometedores de su momento con oficio, estaban todos estupendos en su papel pero muy vestidos a la moda de los 90 que nos llegó al poco (ay, esos camuflajes naranjas y rojos). El que interpreta a Spud, canijo, feo y muy verosímil, era precisamente el que interpretaba al protagonista en la obra de teatro (en la peli fue Ewan McGregor, más tarde Obi Wan Kenobi), y el que más se parecía al propio autor, que hace un cameo camelleando supositorios de morfina. Mark Renton, el protagonista, es un yonki canijo y feucho, con complejo por ser pelirrojo que le hace cuidar que no se le vea el bello púbico, de un barrio y familia obrera al uso y que no destaca en nada aunque llegó a pisar la universidad. Le rodean secundarios esterotipados en cierta medida (mucha) como el perilla violento y casi psicópata (lo que vendría a ser en nuestros lares un cani), el volado que cae bien y tratan condescendientemente y el cabronazo guapo que va de triunfador y el caso es que tiene suerte y se lleva a las pavas. Hay más personajes, pero vienen a hacer su función y si no están menos dibujados (porque poco lo está alguno), si aparecen mucho menos y con más razones pragmáticas para los sucesos a contar.



Tengo tirria a las agujas, así que la heroína me falta en mi cheklist de experiencias, siempre lo voy dejando. Con lo que pude conectar con Mark Renton es que es un personaje con personalidad aunque no la ejerza y sea normalmente un triste pre-pagafantas (entonces tampoco se usaba ese término), y que aunque tenga algo de coco y de culturilla, se pierde en amistades, vicios y aficiones nada productivas y sin futuro. Muy especialmente conecté con su profundo nihilismo autodestructivo, contagioso, que entronca con el descreimiento de la política, la familia, las relaciones y la sociedad en general. Algo que no es punk y menos aún yonki, yo diría que es de ser adolescente sano.



Welsh viene a hablarnos de la droga sin tapujos, no viene a decir que es buena a estas alturas (y no le iba a creer nadie vi que hizo de La Fuensanta y aledaños), pero como adicto que ha pasado por ello no se pierde en los temas de dramón barato de televisión y sus tópicos. Por ejemplo, uno no acaba durmiendo en la calle y cagado pinchándose en la calle por un primer pico. Un adicto, si maneja algo de pasta, puede salir a ver si liga, ver pelis de Chuck Norris fumado, hacer trabajillos legales e ilegales. Cuenta que se goza y que tiene que ver con la fuerza con que te engancha, cuanto y cuantas veces te metes y sobretodo con que ánimo y marco empiezas a meterte, porque cuando empiezas a picarte poco a poco te importa un bledo todo. Tiendes a picarte más para divertirte, para pasar los malos tragos o porque te apetece y cada vez va quedando menos que hacer salvo picarte. Es una cuestión de carácter y de equilibrio, para nada siempre mortal. En el libro se nos habla de los trances de desengancharse alguna que otra vez y como se cae de nuevo. Ya conocí aquello en entornos de trabajo social, volver al ambiente es terminar volviendo al hábito, también trata eso.



¿Y por qué empezar con la droga? Esto es lo bueno y lo más duro: porque no importa nada una mierda. La vida es crecer teniendo sueños para luego tener marrones con los amigos, estudiar idioteces obligatorias con idiotas, echar polvos malos y discusiones tontas, currar y estabilizarse en dinero y pareja para comprar cosas y tener hijos egoistas que repetirán el ciclo. Con la droga no importan los ligues, el curro, las ambiciones o el futuro. Solo es pasar el día a día, pasándolo bien y luego viendo como lo pasas y como conseguir pagar que te pasen. Renton/Welsh se droga/ba no porque sea pobre o lo hagan todos sus amigos, sino porque está harto de tanta mierda como ir detrás de un equipo que no gana o curros cutres. Por supuesto, es filosofía barata, pero no menos sentida y más real que salvar a la madre Tierra como le da a algunos a esas edades.







via Fundación Kaufman