viernes, 28 de agosto de 2015

Fin del acuerdo

Antes de empezar a leer este post, perteneciente al Imperio de la Sombra y en especial a Sembia:Origins me gustaría decir un par de cosas. La primera de ellas es que se trata de un texto para mayores, no recuerdo que edad recomendad podría tener esto, pero pongamos un mayores de 16, por aquello de que no se "ve" nada de forma explícita. Por último antes de dejaros con el texto, me gustaría decir que es la primera vez que empiezo a dedicarle tiempo a su forma y contenido, pues hasta ahora los relatos sobre esta aventura los escribía y publicaba casi al mismo tiempo. Espero que os guste.

La Oreja sentía que el ambiente no podía ser más tenso. Por un lado Dariala comprobaba con el atizador al rojo el estado de su cicatriz, mientras que por otro estaba la cuestión de haberla visto desnuda además de la propia entrega del mensaje, el cual sabía que no le gustaría demasiado. Intentaba apaciguar su interior con una respiración profunda, hecho que consiguió al cerrar sus ojos  mientras alejaba de su mente el intenso calor que radiaba el hierro junto a su oreja. Cuando volvió en sí mismo, se percató de que el instante utilizado para controlar sus emociones, pese a ser fugaz, fue todo un lujo ante aquella mujer, la cual se encontraba frente a él contemplándole. Jamás pensó que podía ver una expresión serena en el semblante de la dralia.

Odio, esa era la única de las expresiones conocida en la cara de Dariala, quien además de mostrar el mismo en su rostro, hacía que aquellos que lo veían sintiesen cómo emanaba de su propio ser. Por un momento no pudo evitar volver a tomarse el privilegio de admirar su belleza, sus grandes labios rojos, sus preciosos ojos verdes, su suave y tersa piel, una profunda hermosura que mezclada con un semblante sosegado consiguió cautivarle y, como si arrancadas de su boca fueran, comenzó a recitar todas y cada una de las palabras que componían el mensaje de Lutiel.

-         -  Debo partir hacia Órdulin en busca de Ándezh Ilkhammar de Sélgont y entregarle la oferta comercial de vuestro hermano: La obtención de la ruta comercial Derlun-Cormyr está próxima a la casa Vartra, hay metal suficiente en ese trasero como para seguir sentado en ese trono. Nuestra casa mercantil será la apoderada. A cambio de establecer una compañía mercantil por la costa sembiana, ofrezco lo justo, enviar todas sus mercancías sin coste alguno.

Si su mensaje causó la más mínima impresión en ella, no lo percibió, pues seguía mirándole con la misma y extraña expresión, tardando un tiempo en reaccionar hasta que dio los primeros pasos hacia la mesa que había a su lado, donde tuvo cuidado de dejar el atizador con el rojo hacia fuera. Cuando vió que apoyaba sus manos sobre la mesa supo que algo iba mal y que no tardaría en saber lo que era, pues las respuestas por parte de Dariala no se hacían esperar. Siempre había una rápida jugada maestra que anulaba, contrarrestaba o destruía cualquier movimiento de Lutiel, pero en aquella ocasión, la dralia seguía sin contestar.

-         -  Mi Dama del Látigo, ¿os encontráis bien?
-          - Ese mensaje no debe llegar a Órdulin.- dijo la mujer en un susurro.

Nada más escuchar aquellas palabras supo que había llegado la hora de su muerte y preso del pánico, tragó saliva mientras pensaba en alguna de las escapatorias posibles. Descartó las ventanas por encontrarse en lo alto de la torre de Valturm, suprimió la idea de la chimenea por encontrarse encendida y valoró la opción de matar a la mujer, pero sólo la puerta le ofrecía más posibilidades que todas las anteriores juntas. Con un rápido movimiento se giró para marchar corriendo en dirección a la salida mientras que ella se hacía de su látigo y lo lanzaba contra él.
Rodó por el suelo para evitar el primer ataque y no le costó mucho más que agacharse sortear el segundo, su esquiva asombrosa hizo que volviese a aparecer ese semblante lleno de odio en la cara de Dariala y, pese a saber que sería difícil que ella le hiriese, siguió corriendo hacia la puerta con su intención de huir.

-         - ¡Obidae Daborha Sesma!- gritó la clériga de Loviatar.

Por el sonido arcano de su voz supo que Dariala había lanzado un conjuro el cual había conseguido inmovilizarle por completo, sólo podía respirar, el resto de su cuerpo estaba paralizado justo antes de llegar a la salida.

-         -  ¿Crees que voy a matarte?- dijo la mujer mientras caminaba hasta ponerse frente a él.- Me has servido bien todo este tiempo y jamás me has traicionado, ¿por qué iba a querer desprenderme de uno de mis mejores sirvientes? Serás recompensado.

Aunque había recuperado esa extraña y serena expresión en su rostro, sus palabras seguían imbuidas por el odio y por ello, aunque su parálisis se lo hubiese permitido, no habría contestado a la clériga de Loviatar.

-         -  Eres libre si quieres- Dariala se apartó a un lado y lo liberó de su hechizo.- Te pagaré el doble que mi hermano, dejarás de convertirte en su mensajero y trabajarás para mí.

Si bien sus instintos seguían advirtiéndole, era cierto que pese a ser su heraldo de malas nuevas, nunca había puesto en peligro su vida. Fuera del mal trato que le procuraba, siempre había sido bien recompensado y fue cuando ella depositó el látigo en su mano cuando pensó que por una vez sus instintos se habían equivocado.

Miró el instrumento de dolor, un gran arma de cuero endurecido con una preciosa daga enjoyada en su lengua que le hizo recordar el restallido de platino esquivado hacía unos segundos. Anonadado, observó cómo Dariala se daba la vuelta mientras se despojaba de su bata y caminaba desnuda hacia la mesa para echar su cuerpo sobre ella al llegar  junto a la misma. La dralia dijo algo imperceptible para él, pues verla en aquella situación había provocado una parálisis mucho más potente que cualquiera de los hechizos que sobre él hubieran conjurado.

-        -  ¡Castígame!- gritó la mujer sacándolo de su atontamiento.- ¿Es que no me has oído?

Sin saber qué hacer, desenrolló el arma y la miró de forma fija mientras intentaba buscar sentido a todo esto. La sin razón del momento hacía que se sintiese débil, impotente, sufrido. Dariala volvió a gritar quedando bien claro que más que una orden, era una amenaza y, sin más demora, empezó a zarandear el látigo con la intención de fustigar a la mujer.
Sus golpes eran bastos, sin fuerza ni control. Aunque había visto cómo era utilizada, concedió que se trataba de un arma demasiado exótica para él, un utensilio demasiado complicado de manejar. Los mansos latigazos se sucedían mientras que se preguntaba hasta cuando iba a continuar aquella farsa, pero no tardaron en aparecer los avances con el manejo del arma, mostrando en su espalda las primeras gotas de sangre las cuales, lejos de provocar alteración alguna en la mujer, otorgaron gozosos gemidos y continuas caricias por sus pechos.

La espiral de sin razón aumentó al mismo tiempo que aumentaban los latigazos y gritos de placer,  hasta que el cansancio por la constante agitación le sacó de su enajenación. Jadeante esperó el siguiente movimiento de la dralia que, dándose la vuelta, se sentó sobre la mesa echando su cuerpo hacia atrás, apoyándose en los codos y abriéndose de piernas. Cada una de sus exhalaciones le atraía más y más hacia ella. Para cuando quiso darse cuenta, se encontró a escasos centímetros, sufriendo por la indecisión de no saber qué hacer ante lo que de verdad deseaba. Le pareció haber pasado una eternidad hasta que ella tomó su mano y comenzó a acariciarse el pubis con ella, al sentir su humedad la excitación fue súbita.


Entregado a la locura, comenzó a penetrarla como un poseso, descontrolado por los gemidos que ella profería, pero de nuevo, la voz arcana, le puso en alerta. En un principio pensó que se trataba de un conjuro maligno, pero otra vez sus instintos volvieron a fallarle, pues comenzó a sentir un mayor vigor que le evitó llegar al culmen gracias a una gran resistencia que se apoderó de él, como si se hubiese convertido en un oso. Se sintió lleno de energía y fuerza. Sintió que por primera vez tenía todo lo que quería: dinero y la mujer más preciosa que conocía. Sintió cómo todos sus esfuerzos se habían transformado en algo bueno y sintió cómo el metal al rojo introducido por su recto le iba apagando poco a poco la vida mientras que aquella mujer le miraba con esa cara sosegada.


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